LA DESTRUCCIÓN DE UN ALMA.
Los pensamientos oscuros se esfuman en la mañana, en una simbiosis con las pesadillas nocturnas; hay que esperar al amanecer, al frescor de un nuevo día, espera y espera y antes de rendirte espera un poco más. Al fin, si, un nuevo día, otro cálido amanecer de este tardío verano, pero yo aquí sigo, sumida en remotos recuerdos a los que, incluso yo, que he vivido, me cuesta recordar. ¿Cómo es posible que me embriague la añoranza en un día así? Oigo fuera los pájaros, y unos niños jugando.
Parece que están discutiendo por un balón, casi sin saber ni hablar, y no puedo evitar esbozar una sonrisa, pero, maldita de mí, pronto vuelve el lamento, sí, veo la luz, siento el calor, oigo las risas, pero fuera, siempre fuera, y vuelvo a apiadarme de mi misma. Hace cinco minutos, antes de escuchar a esos niños, me prometí que no lo haría, pero aquí estoy, de nuevo, y vuelvo a recaer y me digo a mi misma: “mañana será otro día, igual de cálido que hoy”, y en un largo sollozo me vuelvo a dormir. Me despierto sobresaltada, habrá sido otra pesadilla, miro el reloj, aún son las dos de la madrugada, ¿aún? Llevas durmiendo once horas y otras tantas en la cama lamentándote, pienso para mí.