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Novela el alma de Moira.



EL SUEÑO QUE CAMBIO MI VIDA

Una nueva mañana se hace eco ahí fuera, es un día nuboso que anuncia la llegada del otoño y me digo en voz muy bajita: “seguro que va a ser increíble”, soy muy supersticiosa y no me gusta augurar buenas cosas, sobre todo si la mayor parte de ellas me han salido rana, pero esto, esto es diferente, lo vuelvo a repetir una y otra vez hasta que me lo creo y, realmente pienso que ese sueño que me cambió la vida se hará realidad. Era otra de esas noches en las que me encontraba sumida en la vergüenza y la desolación, sumida en un mar de lágrimas, en el que cada vez ahondaba más y más profundo, y cada vez me costaba más y más respirar, así que alargué la mano y saqué de mi cajón una caja de pastillas de la muerte, como las llamaba yo, que me dejaban atrapada en una realidad paralela, en un sueño muy profundo que subsiste entre la vida y la muerte, un limbo en el que descanso cuando la ansiedad me oprime el pecho tan fuerte que me gustaría caer, caer y caer hasta dejar de sufrir. Me costó relajarme y dormir, pero, finalmente la medicación hizo efecto y quede embriagada por la sutileza de Morfeo, dios del sueño, quien me acogió en su eterno reino, en el que mi cerebro volvió a hacer de las suyas y comenzó a fabricar un sin fin de sueños, pero esta noche, algo había cambiado. Pero de eso, me daría cuenta al despertar. Estaba en un angosto paraje, no podía distinguir las formas que me rodeaban, había una gélida neblina que no me dejaba ver más allá de mis pies, cuando vi en la lejanía, a pesar de la niebla, un destello fugaz, un rayo cuya luz descendía veloz sobre el horizonte hasta que se extinguió fugazmente y, de repente, escuche un leve golpeteo que se convirtió en un fuerte y sonoro estruendo, pero….no sentí miedo. Me acerqué hacia dónde provenía el ruido, la niebla comenzó a disiparse lentamente y poco a poco mis ojos contemplaron una gran manada de yeguas encabezada por un gran semental cuyo pelaje castaño brillaba con el cálido resplandor del sol, haciendo su pelaje rojizo como el fuego. La niebla se extinguió por completo dejando el sol desnudo ante mis ojos, cuyo esplendor se magnificaba en el acantilado que resurgía ante mis ojos dejándome atónita. Las caballerizas pasaron junto a mí como una tormenta del desierto, una nube de arena y polvo cegaron mis ojos, todo mi cuerpo se estremeció, pero…no sentí miedo. Pasó la última de las yeguas. Tenía una hermosa capa alazana, la seguía a duras penas un potrillo que por la manera de seguir a su madre diría que había nacido hacía muy pocos días, un precioso ejemplar de color castaño, como su padre pensé, percibí sus grandes ojos negros y redondos y sus orejas erguidas y como me observaban de reojo con mucha atención mientras se alejaba.


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